sábado, 23 de marzo de 2013

Santa Teresita del Niño Jesús (y III) Doctora del Amor


Como ya dijimos en el primer artículo (aquí), santa Teresita es una de los pocos doctores que tiene la Iglesia, honor obtenido por las enseñanzas y doctrinas que consiguen profundizar y explicar fielmente alguna de las partes de la fe católica. Todos los doctores tienen un título que muestra esa parte de la doctrina que han iluminado, así san Agustín es "Doctor de la Gracia" o san Antonio de Padua "Doctor Evangelico", así santa Teresita es "Doctor amoris", es decir doctora del amor, por comprender la transcendencia del amor divino.




En este fragmento de "Historia de un Alma" se puede atisbar lo que ardía en el corazón de Teresa:

"Ser tu esposa, Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de almas, debería bastarme... Pero no es así... Ciertamente, estos tres privilegios constituyen la esencia de mi vocación: carmelita, esposa y madre.

Sin embargo, siento en mi interior otras vocaciones: siento en mí la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, todas las obras más heroicas... Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla...

Siento en mí la vocación de sacerdote. ¡Con qué amor, Jesús, te llevaría en mis manos cuando, al conjuro de mi voz, bajaras del cielo...! ¡Con qué amor te entregaría a las almas...! Pero, ¡ay!, aun deseando ser sacerdote, admiro y envidio la humildad de san Francisco de Asís y siento en mí la vocación de imitarle renunciando a la sublime dignidad del sacerdocio.

¡Oh, Jesús, amor mío, mi vida...! ¿cómo conciliar estos contrastes? ¿Cómo convertir en realidad los deseos de mi pobre y pequeña alma?

Sí, a pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas como los profetas y como los doctores.

Tengo vocación de apóstol... Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu  Cruz gloriosa en suelo infiel. Pero Amado mío, una sola misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas... Quisiera ser misionero no sólo durante algunos años, sino que quisiera haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos...

Pero quisiera, por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti mi sangre hasta la última gota...

El martirio, he ahí el sueño de mi juventud. Un sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo... Pero siento que también este sueño mío es una locura, pues no puedo limitarme a desear una sola clase de martirio... Para quedar satisfecha, los necesitaría todos...

Como tú, adorado Esposo mío, quisiera ser flagelada y crucificada... Quisiera morir desollada, como san Bartolomé... Quisiera ser sumergida, como san Juan, en aceite hirviendo... Quisiera sufrir todos los suplicios infligidos a los mártires... Con santa Inés y santa Cecilia, quisiera presentar mi cuello a la espada, y como Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera susurrar tu nombre en la hoguera, Jesús... Al pensar en los tormentos que serán el lote de los cristianos en tiempos del anticristo, siento que mi corazón se estremece de alegría y quisera que esos tormentos estuviesen reservados para mí... Jesús, Jesús, si quisera poner por escrito todos mis deseos, necesitaría que me prestaras tu libro de la vida: allí estan consignadas las hazañas de todos los santos, y esas hazañas quisiera haberlas realizado yo por ti...

Jesús mío, ¿y tú que responderás a todas  mis locuras...? ¿Existe acaso un alma más pequeña y más impotente que la mía...? Sin embargo, Señor, precisamente a causa de mi debilidad, tú has querido colmar mis pequeños deseos infantliles, y hoy quieres colmar otros deseos míos más grandes que el universo...

Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos XII y XIII de la primera carta a los Corintios...

Alli leí en el primero, que no todos pueden ser apóstoles, o  profetas, o doctores, etc...; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.

...La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz...

Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: "Ambicionad los carismas más perfectos. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional". Y el apóstol va explicando cómo todos los carismas más perfectos no son nada sin el Amor... Y que la caridad es ese camino excepcional que conduce con seguridad a Dios.

Podía, por fin, descansar... Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los mienbros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos...

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de Amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia; que si el Amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre...

Comprendí que el Amor encerraba en si todas las vocaciones, que el Amor lo era todo, que el Amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el Amor es eterno...!

Entonces, en el colmo de mi alegría delirante, exclamé: Jesús, Amor mío..., al fin he encontrado mi vocación ¡Mi vocación es el Amor....!

Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mio, eres tú quien me lo ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor.... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!"




No hay comentarios:

Publicar un comentario