No me resisto a compartir con vosotros este artículo del sacerdote Santiago Martín. Comparto muchos datos biográficos con él, pero sobre todo su forma de pensar y ver a la Iglesia. Le considero una persona muy recomendable para seguir sus escritos y predicaciones.
“El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería
Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto.” (Jn 20, 1-2)
Muchos hombres de hoy hacen
suyas las palabras de María Magdalena en la mañana de la Resurrección:
“Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Tenían una
fe en Dios sencilla, quizá poco trabajada intelectualmente, heredada de
sus padres y sostenida por tradiciones y ambientes culturales propicios.
Esta fe ha sido golpeada desde muchos frentes: los cambios en la
Iglesia y en la sociedad, la emigración a núcleos urbanos donde la
vivencia de la fe es muy anónima, el hostigamiento que recibe la Iglesia
en los medios de comunicación. Eso les ha hecho entrar en crisis.
Intuyen que debe existir algo parecido a Dios, pero no saben ni dónde
está ni cómo es.
Sin embargo, el Señor, Cristo,
sigue estando ahí: vivo. Murió pero ha resucitado. Está esperando a ser
encontrado por los que –como la Magdalena- han salido a buscarle. Por
eso, nuestro deber es ayudar a los demás para que se pongan en esa
búsqueda, para que no se dejen vencer por las críticas hacia la religión
o por los cambios ambientales que, de estar a favor de la fe, han
pasado a estar en contra. Cristo vive y nosotros, que lo sabemos y lo
disfrutamos, tenemos que ser luz que dirijan a otros hacia Él, la Luz.
Cristo está vivo y nosotros debemos convertirnos en testigos de ello
mostrando en nuestra vida sus efectos: la alegría, la esperanza, el
amor.