sábado, 1 de septiembre de 2012

Tras un año de la JMJ de Madrid. Algunos recuerdos y reflexiones

"Depués de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero." Apoc. 7: 9-10.


Esta vision apocalíptica del apóstol San Juan es la que me vino a la cabeza aquella tarde de sábado de hace un año, cuando mi padre me acercaba en coche al aeródromo de Cuatro Vientos y nos topamos con una autentica marea humana que ocupaba toda la calle y no cesaba de fluir. Eran inconfundibles: banderas multicolores, mochilas, cantos, sonrisas, cansancio... eran los peregrinos de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Había hecho coincidir ese año mis vacaciones con los días de la JMJ. Era una oportunidad que no podía perderme, parece que el Señor las había preparado para mí. Mi ciudad natal, con mi familia para poder pasar unos días juntos, en verano para que pudiese coincidir con las vacaciones. Tenía que responder a esa llamada, así que organice todo para encontrarme esa semana en Madrid. 
Desde mi llegada a España había seguido todo lo que rodeaba los días previos a la inauguracion de las jornadas y a la llegada de Benedicto XVI. La celebración del Via Crucis fue mi primera toma de contacto con la JMJ en la calle, pero apenas pude tener una idea: las calles inundadas de gente y sólo se podían seguir los actos a través de las pantallas colocadas en las plazas. Es lo malo que tienen estas grandes aglomeraciones que apenas puedes seguir los actos por pantallas y si estas bien colocado. Me llamó la atención que había gente muy joven, todos alegres, sonrientes, algunos cantando, otros fotografiándose con otros de diferentes nacionalidades o con los policías a caballo. Era increíble ver la cantidad de banderas representantes de los distintos países, alguna no sabía ni a que país correspondía. Me conmovía el pensar el esfuerzo y la fe de algunas personas para costearse el viaje desde lugares tan remotos, y muchos sin conocer la lengua del pais que les recibe, por ejemplo conocí en el metro una mujer que había venido con su hija desde Australia.

Pero para mí el día clave era el sábado, cuando se celebraba la vigilia con el Papa en el aeródromo de Cuatro Vientos, ya había quedado con mi compañera Aridane para vernos allí. Sabía que sería un momento único en mi vida, así que sabiendo que habría mucha gente me dispuse a salir a pie después de comer, me separaba de mi destino poco más de una hora, pero como en Madrid en agosto el calor al mediodía es insoportable, mi padre decidió acercarme en coche.
Después de incorporarme a ese río de gente que avanzaba sin cesar hasta Cuatro Vientos me fijé en que la gente ya estaba bastante cansada de esos días de poco dormir, de jornadas interminables de andar y estar de pie en los diferentes actos, del calor,...Mientras toda esa inmensidad se movía lentamente, desde los balcones de las casas algún vecino se apiadaba de nosotros y nos tiraba cubos de agua o nos regaba con regaderas, lo que era acogido por la gente con gran algarabía. También pude ver alguna persona era atendida por los servicios de emergencia por golpes de calor, gracias a Dios no muchas.
Al final no pude encontrarme con Ari, necesitaba mi acreditación de peregrino para entrar y como yo no lo era me mandaron a otra zona, además había inhibidores de señal para móviles por lo que me fue imposible contactar con nadie. Por lo que solo me intente ubicar lo mejor posible. Por supuesto estaba lejísimos del escenario, por lo que me busque un buen sitio delante de una pantalla. El tiempo pasaba distraídamente viendo las actuaciones musicales, los diferentes grupos de peregrinos, neocatumenos que cantaban, o familias que rezaban la liturgia de las horas. A lo lejos se veía alguna nube negra, que en verano significa tormenta, pero que esperaba que se desviase y no pasase sobre nuestras cabezas.
Tras una larga espera el momento álgido fue la llegada del Papa Benedicto XVI, que no pudo pasar por las calles ya que se encontraba ocupadas por peregrinos, por lo que por seguridad se dirigió directamente al escenario. El resto más o menos lo conocéis todos, pero hubo 2 momentos memorables que tengo que comentar: uno fue por supuesto fue la llegada de la tormenta después de leer el evangelio. El desánimo cundió entre todos los asistentes, había mucho viento y lluvia y todos eramos conscientes de que el Papa es una persona mayor y que debe cuidarse, por lo que imaginábamos que se lo llevarían y el acto podría ser cancelado. Pero el Papa no se movió, a pesar del intento de protegerle con dos paraguas el viento le debía estar empapando. Fueron minutos que parecían eternos, la lluvia y el viento no amainaban y todos nos temíamos lo peor, yo sabía que el sucesor de Pedro le pedía a Jesús que parase la tormenta, igual que sus discípulos hace 2.000 años en el lago de Tiberiades, en un inquietante silencio creo que más o menos todos nos sumamos a esa petición, y al final la tormenta paso. Pero el Papa salió del escenario y aparecieron bomberos para comprobar los daños de la tormenta en la estructura del escenario, por lo que el temor a la cancelación no desapareció. La tensión por las incomodidades (nadie estaba preparado para la lluvia) y la expectación por lo que podría pasar estallo en aplausos y cánticos cuando volvió a aparecer Benedicto en el escenario, y toda esa alegría de repente se transformo en un profundo y solemne silencio cuando se informo que se procedería a la adoración del Santísimo. El  Papa se coloco en un reclinatorio y todo el público cayo de rodillas al ver aparecer el sagrario con la santa forma. En aquel lugar había más de un millón de personas pero se vivía el más absoluto recogimiento, todos en nuestro interior rezamos y adoramos a Jesús allí presente, fueron unos minutos impresionantes que valían sobradamente por todas las adversidades e incomodidades pasadas. Allí en ese momento se podía visualizar la Iglesia de Cristo, con Pedro y todo el pueblo de Dios detrás con él.





Después de aquello el resto daba igual, al final me despedí de mis compañeros de parcela, e hice el largo camino de vuelta reconfortado y con el alma llena de gozo por aquellos momentos inolvidables.




¿Que reflexiones os podría contar sobre lo vivido esa semana?

Que la juventud católica existe, y aunque según los datos cada vez son menos, son cada vez más entusiastas y no se esconden ni se avergüenzan de su fe. Son jóvenes totalmente normales, con las mismas ganas de pasárselo bien, de divertirse, de estar con sus amigos, que el resto. Pero con esa convicción interior, con esa  fuerza superior a todo, que les hace formar parte activa de la Iglesia y que les lleva a desplazarse a miles de kilómetros de distancia de sus hogares para escuchar que tiene que decirles un anciano de más de 80 años.

Que la juventud lo que quiere son cosas auténticas, aunque no sean fáciles de llevar, aunque no sean bonitas, pero queremos la Verdad que no cambia con las modas ni con el paso del tiempo, que nos transmite nuestra Iglesia. Muchas veces por intentar atraer a más jóvenes y gente a la iglesia se edulcora o se omite parte de la doctrina de la Iglesia, por lo que el mensaje de Jesús pierde su fuerza arrolladora y su sentido completo. Equiparándose a cualquier otra actividad mundana y perdiendo el sentido trascendente que realmente lo hace atrayente.

La incertidumbre del futuro. Después de esta gran experiencia de unos pocos días, rodeado de gente que comparte tus mis mismas creencias, en las que te ves motivado, apoyado y reconfortado, llega la realidad del día a día, la convivencia con compañeros de escuela, universidad o trabajo, que no solo no comparte tus creencias si no que se oponen a ellas, la vida en una sociedad que cada vez ve más alejada de lo socialmente aceptable tus ideas y tus valores morales, por lo que tiende primero a ignorarlas y después a despreciarlas. Por lo que tendrán que renunciar a ellas o bien mantenerlas en secreto para sentirse aceptados en sus sociedades. Los que sean más débiles quizás no quieran oponerse y se dejen llevar por la corriente, apartándose de la Iglesia y perdiendo su fe. Por eso son importantes estas jornadas para apoyarnos unos a otros, para saber que no estamos solos y saber que no son tiempos fáciles, pero que nunca lo fueron, y que igual que persiguieron al Maestro así también harán con los discípulos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario