"¡Creo Señor, pero aumenta mi poca fe!" Mc 9, 24
Este año que comienza será importante para la Iglesia, el papa Benedicto XVI ha convocado un año de la Fe que terminará el 24 de noviembre. Ya hemos oído hablar de él, y seguro que seguiremos escucharlo a lo largo de todo el año.
El Año de la Fe comenzó en octubre, en una fecha tan simbólica como el 11 de octubre, conmemoración del 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. El optimista papa Juan XXIII convocó este concilio ecuménico con la intención de dar un nuevo impulso a la Iglesia, para que adaptándose a las nuevas circunstancias del mundo (tras la terrible II Guerra Mundial y en plena Guerra Fría) pudiese revitalizarse, superar la incipiente crisis de la Iglesia en el mundo moderno, y volver a conectar y atraer con el hombre actual. Un joven Ratzinger estuvo presente y pudo participar en el Concilio como asesor teológico del Arzobispo de Colonia Frings. Quizás uno de los frutos inmediatos más destacados en este intento de adaptación a los tiempos modernos fue la sustitución de la misa tridentina en latín por la actual misa (Novus Ordo) en la lengua vernácula de cada pueblo.
Después de 50 años el Concilio no consiguió aplacar la crisis, si no más bien se fue agudizando en grandes regiones del mundo como en Europa donde la secularización es dominante; en Iberoamérica, donde las confesiones protestantes tienen un avance notable a costa de la comunidad católica; o en Oriente medio y próximo donde las pequeñas confesiones cristianas están siendo eliminadas a causa de las guerras y el fundamentalismo islámico.
Aunque el número de católicos aumenta cada año, sobre todo debido al crecimiento demográfico en América y los frutos misioneros en África y Asia. En Europa el número de bautizados se mantiene, pero no para de descender el de adultos que se consideran católicos, de éstos apenas una minoría se puede considerar practicante en las obligaciones más básicas, no digamos nada en el magisterio completo de la Iglesia. Son significativos los datos sobre el aborto, vocaciones religiosas, divorcios o matrimonios civiles en países tradicionalmente católicos. Nadie, ni dentro, ni fuera de la Iglesia niega la decadente situación del cristianismo en la Europa occidental, antaño bastión de la Cristiandad. En definitiva: Europa se ha convertido en tierra de misión.
El papa Juan Pablo II al finalizar el siglo XX era consciente de esta grave crisis, por lo que eran habituales sus llamamientos a una nueva evangelización para el III milenio, pero su avanzada edad no le permitió poner en marcha este proyecto. Ha sido su colaborador y sucesor en el papado quien consciente de la premura y de la importancia de ello, haya convocado este Año de la Fe, con el objetivo de relanzar este proyecto de vuelta a la misión. Para ello comenzó este año con un Sínodo para la nueva evangelización. Se reunió a obispos y especialistas de todo el mundo para buscar la mejor forma de volver a anunciar el evangelio al Occidente paganizado y secularizado. Tendremos que ver a lo largo de este año que iniciativas y proyectos surgen.
Desde mi punto de vista, y a modo de reflexión (sé que las cosas son más complicadas de lo que parece, y doctores tiene la Iglesia que saben mejor que yo lo que tienen que hacer) quiero exponer una serie de puntos sobre la vuelta a predicar la Buena Noticia:
Creo que debe cambiarse el concepto de pastoral en las diócesis europeas. El funcionamiento de las parroquias sigue basándose desde siglos en la guía de un pueblo mayoritariamente cristiano. La fe se transmitía en las familias de padres a hijos, y sacerdotes y religiosos se dedicaban a dirigir y afirmar esta fe a través de la educación y la administración de los sacramentos. Pero las condiciones en el mundo occidental han ido cambiando, sobre todo a partir de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, con las revoluciones liberales (francesa, de 1830, 1848) y la difusión de las ideologías marxistas y liberales, que abrieron una profunda brecha en la cristiandad (no entro a valorar ahora el cisma de occidente de 1517, que dinamitó el cristianismo por dentro en multitud de confesiones y que considero el mayor problema para proclamar el evangelio en el mundo). En el siglo XX está brecha se fue agrandando: la extensión del comunismo dejo amplísimas zonas de Europa descristianizadas, donde la religión estaba prohibida. Además la ideología atea marxista fue impregnando capas fundamentales de la sociedad occidental: jóvenes, obreros, intelectuales,... alejándoles de Dios, incluso en la Iglesia a través de la deformación de la teología de la liberación. Por otro lado nos encontramos la ideología liberal, donde los valores religiosos y morales están supeditados a los valores económicos y de libertad. El crecimiento y bienestar económico está por encima de todo, esto sin duda ha llevado a un gran progreso económico y a un gran desarrollo tecnológico en muchos países occidentales, pero a un gran coste moral. Como consecuencia hemos elevado a categoría de dioses el dinero, el consumismo o posesión de bienes, el culto al cuerpo, los placeres sensitivos, el hedonismo,...Todos ellos se encuentran con un gran enemigo que es la moral cristiana, que pone al descubierto la falsedad de estos ídolos, la deshumanización que producen y la profunda insatisfacción e infelicidad a la que abocan. De este enfrentamiento surgen muchas ideologías directamente enfrentadas con el cristianismo: ideología de género, racionalismo, cientificismo,...Ideologías que inculcan en las gentes la idea de una Iglesia en contra de la libertad de las personas, contra el desarrollo científico y el conocimiento,...Todos los medios de comunicación y sistemas educativos de una u otra corriente ideológica propagan estas ideas (por no hablar de la divulgación de los escándalos de la Iglesia: pederastia, corrupción, concupiscencia,...), creando unos prejuicios a grandes masas de la población que se cierran totalmente a la posibilidad de considerar la vida cristiana como una alternativa seria. La práctica cristiana queda para viejas beatas, fundamentalistas, e ignorantes que siguen creyendo en viejas supersticiones.
Creo que debe cambiarse el concepto de pastoral en las diócesis europeas. El funcionamiento de las parroquias sigue basándose desde siglos en la guía de un pueblo mayoritariamente cristiano. La fe se transmitía en las familias de padres a hijos, y sacerdotes y religiosos se dedicaban a dirigir y afirmar esta fe a través de la educación y la administración de los sacramentos. Pero las condiciones en el mundo occidental han ido cambiando, sobre todo a partir de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, con las revoluciones liberales (francesa, de 1830, 1848) y la difusión de las ideologías marxistas y liberales, que abrieron una profunda brecha en la cristiandad (no entro a valorar ahora el cisma de occidente de 1517, que dinamitó el cristianismo por dentro en multitud de confesiones y que considero el mayor problema para proclamar el evangelio en el mundo). En el siglo XX está brecha se fue agrandando: la extensión del comunismo dejo amplísimas zonas de Europa descristianizadas, donde la religión estaba prohibida. Además la ideología atea marxista fue impregnando capas fundamentales de la sociedad occidental: jóvenes, obreros, intelectuales,... alejándoles de Dios, incluso en la Iglesia a través de la deformación de la teología de la liberación. Por otro lado nos encontramos la ideología liberal, donde los valores religiosos y morales están supeditados a los valores económicos y de libertad. El crecimiento y bienestar económico está por encima de todo, esto sin duda ha llevado a un gran progreso económico y a un gran desarrollo tecnológico en muchos países occidentales, pero a un gran coste moral. Como consecuencia hemos elevado a categoría de dioses el dinero, el consumismo o posesión de bienes, el culto al cuerpo, los placeres sensitivos, el hedonismo,...Todos ellos se encuentran con un gran enemigo que es la moral cristiana, que pone al descubierto la falsedad de estos ídolos, la deshumanización que producen y la profunda insatisfacción e infelicidad a la que abocan. De este enfrentamiento surgen muchas ideologías directamente enfrentadas con el cristianismo: ideología de género, racionalismo, cientificismo,...Ideologías que inculcan en las gentes la idea de una Iglesia en contra de la libertad de las personas, contra el desarrollo científico y el conocimiento,...Todos los medios de comunicación y sistemas educativos de una u otra corriente ideológica propagan estas ideas (por no hablar de la divulgación de los escándalos de la Iglesia: pederastia, corrupción, concupiscencia,...), creando unos prejuicios a grandes masas de la población que se cierran totalmente a la posibilidad de considerar la vida cristiana como una alternativa seria. La práctica cristiana queda para viejas beatas, fundamentalistas, e ignorantes que siguen creyendo en viejas supersticiones.
Entonces la gran cuestión es como se rompe esa barrera que nos separa de este mundo secularizado. Creo que para todo debemos seguir el ejemplo de Jesús, el Maestro. En el fondo el hombre es el mismo de siempre, y el mensaje de Dios es eterno.
¿Que hizo Jesús? No se quedó en su carpintería de la aldea de Nazaret a que le viniesen a ver las gentes del pueblo, los fariseos, los sacerdotes, los pecadores, los enfermos,... para predicarles y sanarles. Fue Él, el que dejándolo todo se fue a predicar por caminos, en sinagogas y plazas, en el monte o en el campo abierto, desde la barca, y curando a cualquiera que se le presentase.
El mensaje que transmitía era un mensaje duro, radical, de máximos, buen ejemplo es el sermón de la montaña: "si tu ojo te hace pecar, arráncatelo .." "cualquiera que se enoje contra su hermano será reo por asesino.." "Sed perfectos, como vuestro Padre del Cielo es perfecto" (Mt 5) Para ello utilizaba también parábolas, las analogías que ayudaban a la gente a entender las ideas que quería hacer llegar. Con ello quiero decir que se pueden y se deben utilizar todas las herramientas tecnológicas y educativas que tenemos a nuestro alcance para evangelizar, pero sin desvirtuar ni ocultar toda la doctrina de Cristo. Por poner un ejemplo, es dificilísimo encontrar una predica sobre los "novísimos", sobre el juicio final y posibilidad cierta de condenarse eternamente en el infierno, incluso una vez un religioso me dijo que el diablo no existía, que se había descubierto que era una leyenda de origen babilónico. Parece que tememos que la gente se asuste y salga despavorida de la iglesia, que vamos a crear traumas y aterrorizar con ideas medievales, cuando lo que la gente quiere saber es la verdad, toda la verdad, lo auténtico, con los riesgos y con las ayudas que Dios nos da; y cuando sabemos que Dios está de nuestro lado, dispuestos a perdonarnos, se pierde el miedo a todo.
Como ya hemos dicho antes la mayoría de la gente está llena de prejuicios contra la Iglesia, y así aunque toda persona tiene en su interior un ansia de encontrar y sentirse querida por Dios, los complejos le impide ese encuentro a través de la única forma de encontrar a Dios. Por lo tanto la semilla de la Palabra no podrá enraizar en sus corazones. Pero hay otra forma de predicar además de la palabra que Jesús nos enseña, y es con las obras. Lo que hacemos tiene el poder de testificar en lo que creemos, "y yo te mostraré mi fe por mis obras" (Stg. 2, 18). La predicación de palabra también tiene que ir acompañada de la predicación de nuestras vidas, de nuestras obras, para que sea testimonio de que lo que anunciamos es verdad; si no nos convertimos en ocurrentes pero simples charlatanes. El mismo Jesús nos enseña que el amor todo lo puede y así nos pide: "un mandamiento os doy: Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado...En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si tenéis amor los unos con los otros" (Jn 13, 34-35) Los paganos e incrédulos no podrán evitar creer en Cristo cuando vean como amamos, pero no con el amor humano que también los no creyentes pueden dar, si no, he aquí lo importante, con el amor con el que Jesús nos ama, ese amor sobrehumano que lleva a amar sin medida, a amar a los enemigos, a amar hasta dar la vida; ese amor que no puede venir si no de Dios, y por lo tanto en nosotros verán la evidencia de la existencia de Dios.
Otra fuente de presencia de Dios para la humanidad nos la enseña Jesús también en la noche previa a su muerte, y así le pide a Dios Padre: "para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17, 21) He aquí lo que para mí es el gran drama de la Iglesia, que impide la conversión del mundo, y es nuestra gran desunión, no ya entre las diferentes confesiones cristianas, que cada una interpreta a su buena manera las Escrituras, si no peor todavía, dentro de la propia Iglesia católica, donde las diferentes tendencias y opiniones, las desobediencias y egoismos rasgan el cuerpo místico de Cristo. ¿Cómo van a creer los agnósticos y ateos, si tan siquiera nosotros sabemos, ni nos ponemos de acuerdo en lo que creemos?
Parece que he pintado con estas palabras un mundo y un futuro sombrío y gris, pero en mi corazón siento todo lo contrario, siento que se abre un tiempo nuevo para sembrar la palabra de Dios en el mundo. Estamos igual que en la época de los primeros cristianos, donde el mundo entero estaba abierto para ser conquistado para Dios. San Pablo, el apóstol de las gentes, nos lo dice "he aquí ahora el tiempo favorable, he aquí ahora el día de la salvación" (2 Cor 6, 2) Seguro que también habrá dificultades y persecuciones. Pero ya sabemos que apoyándonos unos a otros y todos unidos a Jesús las superaremos.
Es el tiempo de los laicos en la Iglesia. Debemos prepararnos y ponernos en manos del Espíritu Santo, para no ser guías ciegos llevando a otros ciegos al agujero. Porque no hay nadie mejor que tú para mostrar a Dios a ese compañero, o a ese vecino, o a un amigo que no cree; a ti que te conoce te creerá antes que a un misionero que venga de África o de la Conchinchina.
Piensa que Jesús está siempre con nosotros, y que por nosotros hizo la promesa, y Él nunca fallará a esta palabra: "Por tanto, id y haced discípulos por todas las naciones,...enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (Mt 28, 19-20)
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