El artículo fue escrito el 12 de noviembre en el diario español "La Razón" con motivo del 20 aniversario de la caída del muro de Berlín y posterior reunificación de la nación alemana.
Estos días son numerosísimos los reportajes y entrevistas de todo tipo que glosan los acontecimientos que llevaron, hace veinte años, a la caída del Muro de Berlín.
Entre tan exhaustiva información, se narra la cronología de los hechos y se analiza el porqué de los mismos. Sin embargo, no he encontrado una respuesta convincente a la pregunta que, entiendo, fundamental: ¿cómo es posible que todo un Imperio como el soviético, colosal en superficie, en habitantes y en potencial militar, se desintegrara sin que mediara ni una guerra, ni batalla y ni siquiera un sólo tiro entre los dos bloques que ese Muro separaba?
Esta pregunta tiene, si cabe, más sentido si recordamos cómo el comunismo conquistó Rusia tras una cruenta revolución –la bolchevique, iniciada en 1917-, y cómo sofocó y reprimió con tanques las insurrecciones de 1953 en la RDA, de 1956 en Hungría, de 1968 en Checoslovaquia o de 1970 en Polonia. ¿Qué sucedió para que nada de eso ocurriera en 1989 y que se precipitara, de esa forma, el principio del fin de la Unión Soviética y, con ella, del comunismo en las quince repúblicas que la integraban y en todos los países satelizados del centro de Europa?
Helmut Kohl se ha aproximado a la respuesta al decir que no encuentra una imagen mejor para describir la situación vivida en aquellos días que citar a Otto von Bismark: “cuando el manto de Dios pasa por la historia, hay que saltar y agarrarse a él”.
Pues bien, yo quiero referirme al paso de “ese manto de Dios” que señala el entonces Canciller alemán ¿Hay respuesta al porqué de ese paso? Pienso que sí y la respuesta –también desde la historia y la razón-, tiene un nombre: Fátima.
Soy plenamente consciente de que en una sociedad profundamente secularizada y racionalista puede sonar a provocador introducir esta variable –Fátima-, en el debate a la hora de buscar una explicación o una hipótesis de trabajo, que aporte más luz al misterio que rodea las extraordinarias circunstancias en que se produjo la caída del Muro.
El 13 de mayo de 1917, tres sencillos y analfabetos niños de la aldea de Fátima reciben una visita sorprendente: una “mujer vestida de sol”, que resultaría ser la Virgen, se les aparecerá en la Cova de Iria y les hablará de la “conversión de Rusia”. Para ello, el Papa deberá realizar la “consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, en comunión con todos los obispos del mundo”.
Hay que tener muy en cuenta que, por “Rusia”, en el contexto del mensaje de Fátima, se entiende una referencia geográfico-temporal al régimen ateo y anticristiano que allí se impondrá: en octubre de ese año, 1917, -el “octubre rojo”-, la revolución bolchevique tomará el Palacio de Invierno. Por tanto, la promesa de la Virgen sobre la “conversión de Rusia” ha de entenderse como la desaparición de ese régimen político. No es de extrañar, por tanto, que desde la izquierda en general y muy en particular por la cultura marxista predominante el pasado siglo, se descalificara todo lo relativo a Fátima de forma absoluta.
Tanto Pío XII como Pablo VI, en 1942 y 1967, dieron cumplimiento a la petición, aunque de forma incompleta pues faltaba el requisito de que la citada consagración debía efectuarse “en comunión con todos los obispos del mundo”.
Fue determinante el atentado que Juan Pablo II sufrió en la Plaza de San Pedro “precisamente” el 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima, para que realizara la consagración en plenitud. Este hecho marcó un antes y un después en su pontificado. Desde el Policlínico Gemelli, el Papa afirmó que “una mano había disparado el arma y otra mano había guiado la bala”. Desde allí mismo, ingresado, manifestó su voluntad de efectuar la consagración pedida.
Tras viajar a Fátima el 13 de mayo de 1982 y manifestarle sor Lucia –la principal de los tres videntes-, que seguía faltando el requisito de la unión con todos los obispos, el Papa se dirigió personalmente a todo el episcopado mundial. El domingo, 25 de marzo de 1984, en una ceremonia cargada de solemnidad y dramatismo, en la Plaza de San Pedro, abarrotada de fieles y ante la imagen traída ex profeso desde allí, Juan Pablo II realizó la consagración pedida. Impresiona ver las imágenes de la grabación de ese acto, ciertamente histórico.
Resulta “llamativa” la relación de hechos que se produjeron a partir del anuncio público de la consagración: tres Secretarios Generales del PCUS fallecen, sucesivamente, en muy breve espacio de tiempo: Brezhnev, Andropov y Chernenko. Luego, aparece en escena Gorbachov, quien dos años después de la consagración, era recibido por el Papa en su condición de Secretario General del PCUS. Era el primer dirigente de este nivel que pisaba el Vaticano.
El propio Gorvachov acaba de comentar al respecto que el continuando debilitamiento del liderazgo en la URSS por esos sucesivos fallecimientos fue decisivo para que la Perestroika se pudiera poner en marcha. Podemos recordar, también, que uno de las acepciones de “perestroika” es “conversión”.
Sólo falta añadir que tras la caída del Muro el proceso de descomposición de la URSS se precipitó de manera continuada. Dos años después, en 1991, el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, junto a los Presidentes de Bielorrusia y Ucrania, certificaron la defunción oficial de la URSS: era el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Resuenan los ecos de las palabras que, según consta en la documentación oficial, la Virgen le dirigió a sor Lucia: “… al final, el Papa me consagrará Rusia… y mi Inmaculado Corazón triunfará”. Pocos días después, el presidente Gorbachov dimitió: tras setenta años de comunismo, la bandera de la hoz y el martillo era arriada del Kremlin. Era el día de Navidad de 1991.
No debe sorprender, pues, que el Papa Juan Pablo II, el 13 de mayo de 2000, al proceder en Fátima a la beatificación de dos de los tres pastorcillos, ante un millón de personas, entre ellas la misma sor Lucia, diera públicamente las gracias a la Virgen “porque su mano, sin duda, había guiado todos estos acontecimientos extraordinarios vividos”. Tampoco debe sorprender que allí, en la explanada del santuario de Fátima se encuentre un trozo del muro de Berlín con una significativa inscripción.
La Santa Sede ya ha hecho público que Benedicto XVI irá el próximo 13 de mayo a Fátima.
Jorge Fernández Díaz
Vicepresidente Tercero del Congreso de los Diputados