martes, 13 de abril de 2010

Taller de Oración I. Introducción

Con este artículo quiero comenzar una serie de ellos que trate el tema de la oración. La idea surgió ante mis dificultades para conseguir rezar correctamente, sentir esa conexión con Dios que me permita una comunicación fructífera. Siempre surgen obstáculos que me impiden un contacto con Dios de forma regular y profunda, sobre todo la falta de tiempo y la falta de concentración. Por ello he buscado información que me permitiese profundizar en este tema y me ayudase a superar mis barreras. Creo que pueden tener cierto interés para alguien. A la vez os sugiero vuestra colaboración, con consejos, experiencias personales o información recogida de otros medios, y entre todos ayudarnos a encontrarnos directamente con Dios en la oración.

¿Qué es eso de la oración?
El cristiano sin oración es como un niño muy pequeño, que todavía no sabe hablar con el Padre celestial. El caso es alarmante. Cuando unos padres ven que su niño, ya crecido, no aprende a hablar, se preocupan y le llevan al médico, pues piensan que el lenguaje pertenece a la integridad de la condición humana. No es un accesorio optativo o de lujo, y por eso su carencia es una deficiencia grave. Así, de modo semejante, el cristiano sin oración es un enfermo grave: no sabe hablar con Dios, su Padre. Le falta para ello luz de fe o amor de caridad. Aunque está bautizado, y Jesús le abrió el oído y le soltó la lengua, sigue ante Dios como un sordo mudo: ni oye, ni habla (Mc 7,34-35).

Oración es relación

La oración cristiana es una relación personal, filial e inmediata del cristiano con Dios, a la luz de la fe, en amor de caridad. Lo propio y peculiar de la oración es que ella nos une a Dios inmediatamente, poniendo en Dios todo cuanto hay en nosotros, mente, corazón, memoria, afectividad y cuerpo. La oración es un trato de amistad con Cristo. «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15,14). Como toda amistad requiere tiempo e intimidad. Una amistad que no se cultiva se va perdiendo con el tiempo. Se guardan buenos recuerdos, hay cordialidad... pero no hay verdadera amistad. Para que haya verdadera amistad se requiere tiempo, trato. Y, además, se requiere intimidad. Unos amigos que permanecen herméticos, sin comunicarse sus inquietudes más hondas, que nunca hablan a solas, que nunca hablan de cosas serias y profundas... no son verdaderos amigos. Son compañeros, compañía, conocidos... Pero la amistad requiere intimidad. «El amigo fiel es seguro refugio, el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor» (Eclo 6,14-15). Ciertamente, entre dos amigos, la amistad pide largas y frecuentes conversaciones; pero también es cierto que a veces, si lo anterior no es posible, la amistad se mantiene y crece con frecuentes relaciones personales breves. Pues bien, es posible que Dios no le dé a un cristiano la gracia de tener largos ratos de oración, pero es indudable que quiere dar a todos sus hijos, sea cual fuere su vocación y forma de vida, esa oración continua que nos hace vivir siempre en amistad filial con él. Siempre es posible la oración de todas las horas, esto es, vivir en la presencia de Dios.

[Casi toda la información para estos artículos es copiada de Catholic.net. (Que como nos lean me van a pedir los derechos de autor de tanto que les copio). Mi agradecimiento público por el fenomenal servicio que prestan.]

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