Comienza este domingo el adviento. Para muchos momento de eventos y celebraciones, fiestas, regalos, cenas de trabajo, reuniones familiares, compras, de vacaciones, ...casi de todo menos de lo más importante: de celebrar la entrega de Dios de su Hijo para la salvación de los hombres. Nosotros como cristianos tenemos que tener bien presente que la navidad significa eso mismo: "natividad", nacimiento. Celebramos el nacimiento de Jesús, el culmen del plan de salvación de Dios.
Si Jesús hubiese nacido y vivido entre nosotros sólo una vez hace 2000 años, lo que ahora celebramos, no dejaría de ser un mero acto nostálgico, de recuerdo, sin mucha más transcendencia. Pero Jesús resucitó de entre los muertos y se encuentra en la gloria de Dios Padre. Y antes de morir nos prometió una segunda venida (Mt 24: 23-44), de la que no sabemos el momento pero que será diferente a la primera ya que se manifestara con gran poder y gloria. Pero Jesús no se fue y nos dejó hasta esta segunda venida, no, todo lo contrario, el permanece a nuestro lado permanentemente hasta ese día y así nos lo dijo: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28: 20) Esta venida no es de forma material, ya que tras la ascensión su cuerpo se encuentra compartiendo la gloria a la derecha de Dios Padre y junto a los ángeles y los santos, si no en forma de espíritu, el Espíritu Santo que nos prometió y que se encuentra en su Iglesia para guiarla y santificarla.
Como todo en la vida, para que algo salga bien hay que prepararlo previamente. Así, para que Jesús se haga presente en nuestras vidas hay que abrirle nuestro corazón, vaciarlo de tantas cosas materiales y sin importancia que lo ocupan y lo que es peor, que nos amargan. Éste es el mensaje del profeta Isaías: preparad el camino al señor para que pueda entrar en nosotros, para que se pueda hacer presente en nuestra existencia. Para ello está este momento de adviento, para preparar nuestro corazón como tierra esponjosa para la semilla que es Jesús y que brotará y dará abudantes frutos en nuestra vida. ¿Como se prepara uno para recibir a Jesús? La Iglesia que es nuestra maestra nos llama a la conversión permantente, ya que somos pecadores, y sobre todo en los tiempo de previos a los grandes acontecimientos cristianos, es decir, adviento y cuaresma. Conversión primero reconociendo que somos pecadores y que necesitamos la ayuda de Dios, y despues que hemos recibido el perdon y el consuelo de Dios, consolar y amar también a nuestros hermanos, especialmente a los más desfavorecidos. De la misma forma que preparaba San Juan la venida de Jesucristo, llamando a la conversión de las malas obras y a través del bautismo, símbolo de limpieza y purificación de nuestros pecados. Y una vez "limpios" podremos esperar el nacimiento de Jesus en nosotros: "bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos veran a Dios" (Mt 5: 8). Esperaremos con alegría su segunda venida, y viviremos con alegría su presencia entre nosotros, bien en forma del Espíritu Santo que habita nuestro cuerpo (I Cor 3: 16), en la forma consagrada del pan y el vino que tomamos en la Eucarístia (Lc 22: 9), y en el prójimo, imagen de Dios (Gen 1: 27).
El próximo 8 de diciembre celebramos la inmaculada concepción de la virgen María. La encarnación de Jesús en el vientre de su madre. Es el adviento de María que con miedo y esperanza espera el nacimiento de su hijo. Ella lo cuidará amorosamente en su seno para que pueda ver la luz la promesa de Dios para los hombres. ¡Gracias María!.
Hoy se celebra la vigilia por la vida naciente, como víspera del I domingo de adviento. Todos antes de nacer hemos sido cigotos, embriones y fetos. Seguramente sea la etapa de nuestra vida que más dependamos de otra persona, nuestra madre, y por lo tanto en la que estamos más indefensos. Es el momento que ha encontrado esta sociedad actual para matar más fácil y silenciosamente a millones de niños, que no son queridos y que se consideran que sobran, que son una molestias. Así se interrumpe el deseo de Dios de dar vida a nuevos hombres. Si Jesús hubiese sido engendrado en nuestro tiempo no hubiera tenido menos incierto su futuro que el que tuvo. Imaginemos a María, una adolescente que se queda embarazada y que no está casada, seguramente todavía estaría estudiando. Todo su ambiente social la estaría presionado para que abortase, ya que una joven de su edad no está preparada psicológicamente para cuidar un niño, no tiene medios económicos para cuidarlo (dependería economicamente todavía de sus padres), estará hipotecando el resto de su vida, no podrá realizar muchos proyectos, el niño será siempre una carga para el resto de su vida, no será una mujer completamente libre para cumplir todos sus deseos y sueño,...y con todos estos argumentos se está justificando la muerte de millones de niños como el niño Jesús. Sólo una fe inquebrantable y el apoyo de la familia la permitirían llevar adelante su embarazo. Que Dios acoja a todo los niños muertos en su gloria, y que a sus asesinos les alcance Su perdon.
Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
Juan Pablo II.
No hay comentarios:
Publicar un comentario