III DOMINGO DE PASCUA - CICLO C – 18/04/2010 - Nr.145
Es la tercera vez que Jesús se aparece a sus apóstoles, su corazón no acababa de asimilar por la tristeza todo lo ocurrido y mucho menos las apariciones del día anterior y de la semana anterior a esta. Por eso es que en vez de lanzarse a proclamar el Evangelio, se van al lago a lanzar las redes, como hacían Pedro, Andrés, Santiago y Juan antes de que Jesús los llamará, a vivir con Él esta aventura grandiosa de predicar la Buena Noticia de la Salvación a todos los hombres. Sin embargo Jesús sabe esperar el momento preciso los invita a intentar de nuevo la pesca indicándoles a donde echar las redes, con lo que consiguen una pesca milagrosa y es ahí donde Juan lo reconoce y Pedro acude a su encuentro. Los demás toman su tiempo pues ya saben que es el Señor y sin arriesgar nada llegan a la orilla con la barca y la pesca.
Después de comer Jesús interroga a Pedro sobre su amor y Pedro entiende que Jesús quiere algo grande con Él. Jesús le esta poniendo a prueba para ponerlo al frente de la Iglesia hasta dar la vida por ella, y esto le queda tan claro que en la primera lectura vemos como cuando son juzgados por el sanedrín su respuesta es contundente... “primero hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.Este testimonio de los apóstoles sirvió para fortalecer la fe de los primeros discípulos, seguidores de Jesús, y así engrandecer la fuerza y la solidez de la Iglesia que nacía. Ahora, en este tiempo de tantos cambios, y de tantos ataques a la Iglesia por sus errores y por el surgimiento de ideologías contrarias al pensamiento y la enseñanza de Jesús, muchos han dejado de escuchar a Dios en primer lugar y han preferido escuchar más a los hombres alejándose así de Dios, con el temor y el error de que su vida se vaya vaciando y pierda el verdadero sentido de vivir hasta que no sea encontrado y reorientado como Jesús reoriento la vida de Pedro y sus acompañantes de aquel día, hacia la verdadera felicidad: HACER PRIMERO LO QUE DIOS NOS PIDE.Juan (21,1-14):
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad,» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Con este título ha pasado a la historia este pasaje del Evangelio en el que se narra la exitosa pesca conseguida a deshora por Pedro y sus compañeros pescadores. En realidad hay otra cosa más milagrosa aún en esta historia: la fe de Pedro.
Pedro es un pescador profesional que vive de la pesca. Y como buen pescador sabe que cierta clase de peces sólo se pueden pescar por la noche, ya que durante el día están a cierta profundidad, resguardándose de la luz. Hasta allí no llegan ni las redes ni los anzuelos de pesca.
Pedro está acostumbrado a salir de noche a pescar, cuando los peces que él quiere capturar suelen estar casi en la superficie del lago. Unas veces entran más en la red, otras veces menos y en otras ocasiones, como la que nos relata el evangelio, vuelven de vacío a la orilla.
Allí se encuentran de buena mañana con Jesús, a quien cuentan que han estado toda la noche intentando pescar, pero no han capturado ni una sola pieza. Jesús les anima a volver a echar la red, nada menos que en pleno día. Pedro se quedaría de piedra al escuchar esta propuesta: uno que no entiende de pesca pretende dar un consejo a todo un profesional del gremio. Pedro sabe de sobra que por el día, con el sol alumbrando a tope, no se puede pescar... pero se fía de Jesús. A pesar de ser casi imposible pescar en pleno día, Pedro se fía a ojos ciegas de Jesús y echa la red en su nombre.
Y ocurre el milagro que da nombre a este relato evangélico, aunque la fe que Pedro tiene en la palabra de Jesús, que le ha cautivado por completo, la fe con la que echa la red en nombre de Jesús es un milagro de superior categoría a llenar la red de peces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario